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Discursos


Las Familias Necesitan Nuestro Tiempo

Virginia Jensen

Conferencia de Mujeres de BYU

Saludos, hermanas. Es maravilloso estar aquí y compartir con ustedes el gran espíritu de la Conferencia de Mujeres y nuestros testimonios del verdadero evangelio de Jesucristo.

Mi tema, las familias y las madres y el tiempo que dedicamos a esos papeles, es de suma importancia. Se debate mucho en cuanto al tiempo dedicado a ser madre. En la vida de hoy hay una multitud de cosas que exigen el tiempo y la energía de la mujer. Tenemos opciones de usar nuestros talentos en más ruedos que antes, pero sólo en unos cuantos lugares es irremplazable nuestra influencia, y la familia es uno de ellos.

Hay motivos para preocuparnos por la calidad de la vida familiar en muchos hogares. Son tremendos los desafíos que enfrentan las familias de hoy. Debemos elegir en dónde pasaremos nuestro tiempo más productivo.

A una mujer que tenía un huerto magnífico se le preguntó: "¿Cuál es su secreto?" Su respuesta fue sencilla. "Estoy cerca del huerto todos los días, aún cuando no me es conveniente. Mientras estoy allí, busco pequeñas señas de posibles problemas, como hierbas, insectos y condiciones del terreno que son lo suficientemente sencillos de corregir cuando se hace a tiempo, pero que pueden volverse abrumadores si se dejan."

Se requiere tiempo para tener un huerto hermoso y también para una familia celestial. La familia es una institución sagrada; nuestro Padre Celestial así la diseñó. Las relaciones familiares deben ser las más importantes que tengamos con cualquier ser humano sobre la tierra. Es a través de la organización familiar que se cumplen los propósitos del Señor. Lo que sucede en las familias puede afectar a una nación entera.

El presidente Gordon B. Hinckley ha dicho: "El hogar constituye la fortaleza de las naciones. Dios creó la familia y fue su intención que de ella brotaran la más grande felicidad, los aspectos más satisfactorios de la vida, el gozo más profundo, como resultado de nuestra unión, nuestro amor y nuestra atención unos para con otros como padres, madres e hijos" (Gordon B. Hinckley, "Lo que Dios ha unido," Liahona, julio de 1991, pág. 80).

Piensen en la importancia de esto en un mundo en el que todos buscan la satisfacción y la felicidad; el presidente Hinckley dice que la más grande felicidad, el gozo más profundo, está en la familia.

En una ocasión se le preguntó a Napoleón Bonaparte cuál era la necesidad más grande de Francia, y él contestó con una sola palabra. "Madres."

Hermana, hoy quisiera felicitarlas por todo lo que hacen por fortalecer a su familia, por el tiempo que invierten unos en otros. Sé que es difícil en la mejor de las circunstancias. Sé que requiere sacrificio y dedicación total. Les felicito por invertir tiempo en su familia. Quisiera hablar de lo oportuno de esa inversión.

El presidente Thomas S. Monson nos dice: "El tiempo es la materia prima de la vida. El día se desenvuelve como un regalo, dándonos la oportunidad de . . . convertirnos en algo mejor de lo que éramos cuando comenzó. El éxito depende del uso eficaz del tiempo que se nos da" (Thomas S. Monson, Pathways to Perfection, pág. 109). Tal como sugiere el presidente Monson, están íntimamente relacionados el éxito y el uso de nuestro tiempo. La creación de una familia celestial requiere tiempo.

¿Qué estamos haciendo con nuestro tiempo con miras a la eternidad? Esa pregunta es sumamente importante en estos últimos días en que hay poco tiempo, en muchos sentidos.

El élder Neal A. Maxwell dijo: "Cuando quede desplegada la verdadera historia del género humano, ¿veremos que lo que haya sucedido en las cunas y en las cocinas tuvo más peso que lo ocurrido en los congresos? Cuando las olas de los siglos hayan convertido las grandes pirámides en montones de arena, la familia sempiterna seguirá en pie porque es una institución celestial formada fuera del tiempo telestial" (Ensign, mayo de 1978, págs. 10–11).

Recuerdo el tiempo que pasaba de niña cada otoño trabajando en la cocina envasando duraznos con mi mamá. Me sentaba por horas pelando esa fruta peluda y pegajosa. Mientras trabajaba, el jugo me chorreaba por los brazos hasta los codos. Todavía recuerdo qué incómoda me sentía.

Pero de vez en cuando me comía una de esas hermosuras frutas maduras, considerándolo mi paga por los codos pegajosos. Sabiendo que cuando termináramos tendríamos que limpiar toda la cocina, o sea, los pisos, las encimeras, los fregaderos, los platos, todo, a veces me preguntaba por qué no mejor comprábamos duraznos enlatados en la tienda.

Pero cada otoño, a pesar de saber el terrible desorden que tendríamos que limpiar, mi madre y yo envasábamos duraznos, y mientras lo hacíamos, platicábamos. Yo la observaba. Se movía con tanta habilidad en la cocina, llenando cuidadosamente los frascos para que cada uno fuera una obra de arte. Vertía el almíbar, colocaba las tapas y sumía los frascos en la olla para procesarlos.

Mientras mi mamá y yo envasábamos esa hermosa fruta en los cálidos días otoñales, yo me imaginaba un frío y nevado día de enero. Aunque en septiembre era un trabajo difícil y sucio, sabía que en enero nos daría gusto el haber dedicado ese tiempo y ensuciar todo para envasar los duraznos.

En mi familia a todos nos encantaban los duraznos. Nos gustaba la fruta, pero también lo que representaba: las muchas formas en que nuestra madre nos cuidaba. Al envasar duraznos y en miles de formas más, aprendí mientras mi mamá y yo pasábamos tiempo juntas. Aprendí lecciones básicas e importantes: la importancia de la familia, historias de mis antepasados, de ella aprendí acerca de Jesucristo, y otras lecciones demasiado numerosas para mencionar.

Aprendí en mi niñez, durante el tiempo que pasé con mi mamá en la cocina familiar, que lo que sucede en casa nunca nos deja. La influencia que ustedes, madres, tengan en sus hijos durará así como perdura la institución celestial de la familia.

Esos duraznos que mi mamá y yo envasamos con tanto trabajo año tras año son un tipo de fruta, son fruta telestial. El tiempo que pasamos juntas, y todo lo que aprendí, representa otro fruto, un fruto de conexiones celestial, y ese fruto es delicioso para siempre.

Una frase hermosa de Proverbios dice: "Mejor es mi fruto que el oro" (Proverbios 8:19). Cuánta verdad encierra esa frase en lo que concierne al tiempo dedicado a la familia. Hermanas, los frutos del tiempo dedicado al beneficio de la familia son en realidad mejores que el oro.

El tiempo pasa tan rápido. No lo podemos guardar ni comprar, sino sólo usar con prudencia. Debemos darle el valor correcto al tiempo, ese elemento sagrado y precioso.

El presidente Ezra Taft Benson nos dijo: "un niño necesita una madre más que todo lo que el dinero pueda comprar. El dedicar tiempo a los hijos es el máximo regalo que les pueden dar" (A las madres de Sión, charla fogonera para padres, 22 de febrero de 1987).

Una vez cuando ya era adulto, me enfermé. Sabía que si sólo podía comer los duraznos envasados de mi mamá me sentiría mejor. Pues bien, me regaló un frasco y sí me sentí mejor en cuanto lo destapé y probé esa fruta deliciosa que me recordaba a mi mamá y todas las horas que pasamos juntas. El regalo que mi mamá me dio de su tiempo al trabajar juntas envasando duraznos es un regalo que sigue dando.

El Salvador enseñó: "por sus frutos los conoceréis" (3 Nefi 14:20). Pienso que eso significa, en parte, que como esposas, madres, abuelas, tías, hermanas, hijas y primas, tenemos la sagrada responsabilidad de invertir nuestro tiempo en la familia para que los miembros de ella sean y den buenos frutos.

Maritza: Aquí el niño habla con palabras truncada, como un niño que está aprendiendo a hablar.

Mi hijo tenía dos años y todavía no hablaba bien cuando un día me dijo: "¿Sabes por qué las mamás son tan impotantes?" Yo dije: "No, dime por qué." Él contestó: "Porque sus niños los quelen tanto." Como pueden imaginarse, ese es un recuerdo precioso que siempre estimaré.

La vida de ustedes es valiosa porque ustedes son inestimables para sus hijos y otros miembros de la familia. Nadie puede hacer lo que hacen ustedes en su familia. Ustedes que trabajan con tanta diligencia para crear un ambiente de rectitud en el hogar desempeñan un servicio que no se puede comprar. El fruto de su labor es dulce y raro. Están haciendo el mejor uso de su tiempo cuando toman el tiempo para poner a la familia en primer término. Sé que no es fácil; de hecho, a veces es un trabajo ingrato. Para la mayoría de nosotras, hay días en que la vida familiar resulta muy difícil.

A menudo apenas podemos mantenernos al corriente de las diversas necesidades de diferentes miembros de la familias, y no tenemos tiempo para atender las nuestras. Eso nos puede frustrar. Recuerdo una mañana atareada un año y medio después de casarme. Había estado levantada toda la noche con un bebé llorón que seguía llorando sobre mi hombro y me había dejado una mancha de leche.

Sobra decir que no me había arreglado esa mañana; ni siquiera me había peinado. Alguien timbró a la puerta, y allí me encontré a un vendedor que había sido mi novio. Quise que me tragara la tierra. Me imagino que pensó: "Qué bueno que no me casé con ella." Como madres a menudo nos encontramos en la situación de atender la necesidades de otros antes de las nuestras.

El presidente Gordon B. Hinckley nos recuerda: "El sacrificio es y siempre ha sido la esencia misma de la maternidad" (Gordon B. Hinckley, Motherhood, A Heritage of Faith, pág. 4). Pueden esperar que no siempre se aprecien todos sus sacrificios y que el mundo pase por desapercibidos sus logros y no los valore. Pero pueden sentir paz al saber que están haciendo el mejor uso de su tiempo cuando lo aprovechan para ayudar a sus seres queridos.

La Proclamación sobre la Familia es un recurso tan valioso. A veces, en un día especialmente atareado, me he detenido para leer la frase: "La responsabilidad primordial de la madre es criar a los hijos." Y pienso que pocas veces tan pocas palabras han indicado tanto a tantas personas.

La crianza de los hijos es una responsabilidad enorme y gloriosa. El presidente Ezra Taft Benson nos recordó: "La enseñanza maternal requiere tiempo, mucho tiempo" (To the Mothers in Zion, en una charla fogonera para padres, 22 de febrero de 1987). La buena enseñanza maternal requiere el cuerpo, la mente y el espíritu, y por esa razón, cada una debemos decidir cómo emplearemos nuestro tiempo para cumplir con esa responsabilidad eterna. En Doctrina y Convenios se nos amonesta: "No corras más aprisa, ni trabajes más de lo que tus fuerzas . . . te permitan" (D. y C. 10:4).

Hermanas, centren su atención en lo que pueden hacer como madres con el tiempo disponible. El ser madre sí requiere mucho tiempo, pero no lo pueden hacer todo, así que consideren con oración las necesidades y las personalidades de los miembros de la familia. Establezcan prioridades en sus tareas de acuerdo con sus circunstancias, y luego atiendan esas necesidades lo mejor posible con el tiempo disponible. Valoren el tiempo que pasan juntos como familia porque es inestimable. Hagan lo mejor que puedan. Si honradamente han hecho lo mejor posible, no se sientan culpables, sólo den gracias a nuestro Padre Celestial por su familia y por la oportunidad de servirles, criarles, disfrutarles y enseñarles.

Quizás tengan que abandonar algunas tareas a fin de pasar tiempo en lo que más importa. Les daré algunos consejos populares de fuente anónima. Tal vez los hayan escuchado:

La limpieza de la casa tendrá que esperar
Porque los bebés crecen, se podrán imaginar;
Mañana podré sacudir y trapear.
Ahora al nene voy a arrullar.

Pensé que este otro es un consejo excelente:

Limpiar la casa
Con niños pequeños
Es como palear nieve
Mientras sigue nevando.

No todas las mujeres se casarán y no todas tendrán hijos. Deseo sinceramente que las hermanas en esa situación no se sientan heridas por todos los comentarios acerca de madres y familias. Primero, recuerden que todas pertenecen a una familia. Segundo, también las tías, hermanas, primas, etc. pueden brindar amor maternal. Podemos fortalecer a la familia sin ser madre.

Guardé una tarjeta de navidad que me envió una amiga cuya tía anciana había muerto en el transcurso del año. Mi amiga escribió: "Perdimos a la querida tía Alice, de 96 años, y con ella mucha diversión, lealtad y testimonio. Ella era el adhesivo que mantenía unida a la familia. Hacía mucha genealogía, pero no desatendía a sus parientes vivos. Soltera toda la vida, extendió su interés a todos los miembros de la familia y era la principal fuente de noticias entre la familia."

Qué tributo. Vean lo que hizo la tía Alice por su familia. Era divertida, daba amor, ayudaba a otros a desarrollar su testimonio conforme compartía con miembros de la familia su fe y devoción a su Padre Celestial y al evangelio. Yo creo que una de las declaraciones más impresionantes de esa carta es: "Ella era el adhesivo que mantenía unida a la familia." La tía Alice entendía que el papel de ella en la familia era sagrado y que su contribución era valiosa.

Felicito a todas ustedes que se empeñan en las relaciones familiares, que las hacen sagradas. Nosotras como esposas, madres, abuelas, tías, hermanas, hijas y primas podemos hacer tanto por los miembros de nuestra familia. Podemos darles lo mejor de nuestro tiempo.

La Guía para Familias de la Iglesia dice: "La familia es la unidad más importante en esta vida y en la eternidad. Dios ha establecido las familias para dar felicidad a sus hijos, para permitirles aprender principios correctos en un ambiente amoroso, y para prepararles para la vida eterna." Ya que es verdad que las unidades familiares son las más importantes en esta vida y en la eternidad, hagamos que el tiempo dedicado a nuestra familia sea el mejor. Analicemos algunas formas de hacerlo.

Si están cadadas, dediquen tiempo a fortalecer la relación con su esposo.

Yo salí por primera vez con mi futuro esposo Rees en el mes de junio. En octubre nos comprometimos y el siguiente abril nos casamos. Durante nuestro noviazgo, disfruté de largas charlas intelectuales con él en un ambiente cómodo. Nos sentábamos frente a la chimenea de mis padres y hablábamos de política y de la Iglesia. Yo pensé que así iba a ser la vida, así que esa Navidad antes de casarnos, le regalé a Rees un esmoquin y dos copas hermosas con tallos huecos. Me imaginaba que él llegaría a casa del trabajo y disfrutaríamos de una deliciosa cena preparada, claro está, por mí. Nos retiraríamos a la sala y tomaríamos jugo de uva. Él se pondría su hermoso esmoquin y yo me vería hermosa. Hablaríamos de temas muy importantes.

Pues bien, nos casamos y me pegó la realidad. Justo antes de celebrar el primer aniversario, recibimos en el seno familiar a nuestro primer hijo. Durante el embarazo padecí nauseas matinales muy fuertes. Mi esposo me veía más que nada vomitando en el baño y no me veía muy hermosa que digamos. La única vez que se usaron las copas fue mucho después cuando los hijos los descubrieron y los llenaron de jugo. El esmoquin se usó una sola vez como parte de un disfraz del día de brujas. Las comidas que yo preparaba no eran tan deliciosas y los temas más interesantes de nuestras pláticas tenían que ver con la forma de economizar. He aprendido que el matrimonio y la vida familiar tienen poco que ver con esmóquines y copas. La vida tiene más que ver con las sonrisas mientras comemos alimentos económicos y nos amamos unos a otros aunque no estemos vestidos con ropa elegante ni nos veamos hermosos. El amor que se tienen los esposos crea armonía en el hogar, y esa es la base más importante de la estabilidad familiar.

Dediquen tiempo para establecer un fundamento de valores eternos.

Las relaciones familiares y los valores eternos son de las pocas cosas que son eternas. Piensen en ello. Las casas, los empleos, los automóviles y tantas cosas más que ocupan nuestros días mortales son sólo parte de este mundo; no nos acompañarán a las eternidades. Pero los miembros de la familia y las gloriosas verdades del evangelio de Jesucristo durarán toda la eternidad.

Lo que debemos preguntarnos es: "¿Cómo podemos hacer que nuestra familia sea una institución verdaderamente celestial?" Aunque algunos días la pregunta más inmediata es: "¿Cómo encontraré el tiempo para lavar la ropa?" Cuando hay tantas cosas que nos absorben el tiempo, puede parecernos que la vida familiar y la celestial tienen poco en común. (El hogar es un taller celestial! Los valores eternos del evangelio, al igual que el jugo de durazno, son pegajosos, y eso no es tan malo. Los valores del evangelio que enseñamos y vivimos penetran todo en el hogar y nos ayudan a mantenernos unidos como familia.

El presidente Ezra Taft Benson nos desafió: "Madres, enseñen el evangelio a los hijos en su propio hogar . . . Esa es la enseñanza más eficaz que recibirán los hijos; es la forma de enseñar del Señor. Ni la Iglesia ni el colegio ni las guarderías infantiles pueden enseñar como ustedes. Pero ustedes pueden hacerlo, y el Señor les sostendrá" (Ezra Taft Benson, Elect Women of God, pág. 10).

He leído en las escrituras el recordatorio del comportamiento de los que no tienen un fundamento de fe: "Porque vendrá el tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que . . . se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas" (2 Timoteo 4:3–4).

Vivimos en la época de esas fábulas y en un mundo demasiado ansioso por volverse a ellas. Y es ahora que debemos enseñar la doctrina y también vivirla. Este es el mandamiento del Señor: "si hay padres que tengan hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres" (D. y C. 68:25). "Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor" (D. y C. 68:28).

Hermanas, tomen el tiempo para decirles a los hijos cuánto significa para ustedes el evangelio. Dediquen tiempo a explicarles por qué pasamos tanto tiempo en las actividades de la Iglesia y por qué esas cosas son importantes en nuestra vida y en la de ellos. Tomen el tiempo para enseñarles acerca del Salvador y lo que Él hizo por ellos y por todos nosotros.

Una historia misional ilustra la enseñanza de valores eternos por una gran madre. AEn los inicios de la Iglesia en la Misión de los Estados del Sur, se perseguía mucho a los misioneros. El élder Frank Croft servía en el estado de Alabama. Un día varios hombres armados y despiadados lo llevaron a la fuerza a un lugar apartado del bosque para azotarle con un látigo en la espalda desnuda. Habiendo llegado al lugar donde la chusma había decidido golpearle, se le mandó al élder Croft quitarse el abrigo, la camisa y los gárments y desnudarse hasta la cintura. Después se le mandó pararse junto a un árbol cercano al que le amarraron los brazos y el cuerpo para que no se moviera mientras lo golpeaban. Sin otra alternativa, obedeció a la chusma, pero al hacerlo, cayó de su bolsillo una carta que recientemente había recibido de su madre. El élder Croft, poco antes, había escrito a sus padres y en su carta había condenado seriamente la violencia de las chusmas. La carta que cayó de su bolsillo era la respuesta de su madre en la que le aconsejaba: "Amado hijo, debes recordar las palabras del Salvador cuando dijo: 'Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos;' también 'Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.' Recuerda también al Salvador sobre la cruz sufriendo por los pecados del mundo cuando pronunció estas palabras inmortales: 'Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.' Seguramente, hijo mío, los que maltratan a los élderes no saben lo que hacen, o no lo harían. En algún momento y en algún lugar comprenderán, y entonces lamentarán sus hechos y les honrarán a ustedes por la gloriosa obra que realizan. Así que, sé paciente, hijo mío; ama a los que te maltraten y digan toda clase de mal contra ti, y el Señor te bendecirá y te magnificará en sus ojos y tu misión será gloriosamente colmada de éxito. Recuerda también, hijo mío, que de día y de noche, tu madre siempre ora por ti."

El élder Croft, amarrado al árbol, estaba colocado de tal manera que vio que el líder de la chusma había recogido la carta y había decidido leerla antes de dar la seña a sus hombres de comenzar los latigazos. El élder observó la dureza de sus rasgos, la crueldad de sus ojos, y comprendió que no podía esperar compasión de él. Cerró los ojos resignándose a su suerte y, mientras esperaba el momento de la golpiza, pensó en el hogar, en sus seres queridos y en especial en su amada madre, y después en silencio oró por ella.

Unos momentos después, sintiendo que el líder ya había tenido suficiente tiempo para terminar de leer la carta, abrió los ojos, y le sorprendió ver el cambio en el rostro del hombre. Había desaparecido la dureza y la crueldad de su rostro; sus ojos estaban húmedos. Parecía que toda su personalidad había cambiado.

Al élder Croft le pareció que pasó mucho tiempo antes de que el hombre se levantara, se acercara al élder indefenso y le dijera: "Tiene una madre maravillosa. Verá, una vez yo también tuve una." Después, dirigiéndose a los demás integrantes de la chusma, dijo: "Después de leer la carta de la madre de este mormón, no puedo seguir adelante. Tal vez deberíamos soltarlo." Lo soltaron y siguió su camino, y la amorosa influencia de su madre parecía estar muy cerca. (Bryant S. Hinckley, The Faith of Our Pioneer Fathers, Deseret Book Co., 1956, págs. 257–259, "You Must Have Had a Wonderful Mother.")

Un lugar excelente para enseñar valores eternos a los miembros de la familia es la noche de hogar. Se recibe un gran beneficio de llevarla a cabo cada semana. Una familia puede constar de una sola persona o de un esposo y su esposa y los hijos. Una de las hermanas que integra la Mesa Directiva General de la Sociedad de Socorro es soltera y vive sola y nos dice que ella hace la noche de hogar, a veces sola, y a veces con otras personas. Pero siente que recibe beneficios de la noche de hogar. En la Guía para Familias de la Iglesia encontramos esta promesa de la Primera Presidencia: "Les prometemos grandes bendiciones si siguen el consejo del Señor de llevar a cabo la noche de hogar para la familia con regularidad. Rogamos constantemente que los padres de la Iglesia acepten su responsabilidad de enseñar a sus hijos los principios del evangelio y de ser un ejemplo de ellos. Que Dios les bendiga para que sean diligentes en esta responsabilidad tan importante" (Message from the First Presidency, "Family Home Evening Resource Book," pág. iv).

Yo creo al presidente Benson cuando dice que el Señor nos sostendrá cuando dediquemos tiempo a enseñar a nuestros hijos y a otros miembros de la familia. La realidad del evangelio nos recuerda que las familias, al igual que los valores del evangelio, son eternas y por tanto merecen nuestro constante cuidado. El fruto de las lecciones eternas y celestiales que aprendemos es delicioso para siempre.

Dediquen tiempo a enseñar a sus hijos a amarse y a disfrutarse unos a otros.

Ahora es el tiempo de disfrutarse. El esparcimiento es una parte tan importante del tiempo que compartimos con los miembros de la familia. Los hijos deben poder recordar el tiempo que pasaron en el hogar como una época de gran felicidad y gozo.

Un padre relata que cada año su familia ahorraba dinero para renovar el baño. Vivían en una casa con un baño anticuado, con patas en la tina, etc. Pero cada invierno sacaban el dinero del banco para tomarse unas vacaciones e ir a esquiar. El padre informa que el hijo mayor, cuando se fue de la casa, siempre mencionaba en sus cartas cuánto se había divertido en esos viajes. El padre dice: "No me lo puedo imaginar escribiendo a casa y diciendo: 'Caray, qué lindo baño tenemos, ¿verdad?'" (Marion D. Hanks, Conference Report, abril de 1968, pág. 57, o Improvement Era, junio de 1968, pág. 75).

Como familia a la pelota, vayan a caminar, hagan caminatas, coman helado, rastrillen las hojas caídas, echen carreras en el patio, encuentren maneras de reírse más seguido y de disfrutarse unos a otros. El élder Marvin J. Ashton relató la historia de un padre que le dijo a su hijito: "Te quiero." El niño, poco convencido por las palabras, le respondió: "No quiero que me quieras; quiero que juegues conmigo al fútbol" (Marvin J. Ashton, Conference Report, octubre de 1975, pág. 160; o Ensign, noviembre de 1975, pág. 108). El tiempo que se dedica a los demás es un factor determinante en la influencia que ejercemos en ellos. Debemos dedicarles tiempo; es la forma más importante de probar que les queremos.

El Señor aconsejó a José Smith, a Oliver Cowdery y a David Whitmer: "He aquí, os digo que dedicaréis vuestro tiempo al estudio de las escrituras, a la predicación . . . y al cultivo de vuestros terrenos" (D. y C. 26:1). Hermanas, dediquemos nuestro tiempo a amar a los miembros de la familia, a servirles, enseñarles y a realizar nuestras labores como esposas y madres, tías y hermanas. Tomemos el tiempo para estar cerca de nuestro huerto familiar. Examinémoslo día con día, aún cuando no sea conveniente. Busquemos las señas de posibles problemas y corrijámoslos a tiempo para que no nos abrumen.

Mi hija mayor se casó tres semanas antes de que su esposo iniciara los estudios de medicina. Trece años después terminó su carrera. Durante esos largos años de trabajo arduo, hubo deficiencias en su vida. Una fue la cantidad de tiempo que la familia pasaba con papá. Poco después de que mi yerno comenzara a trabajar como neuro-radiólogo, se le pidió que hablara ante un auditorio lleno de doctores en un seminario de mediodía. Por casualidad era un día que necesitaba tomarse un descanso. Al responder a la petición, ese padre dijo: "Le prometí a mi hijita Elizabeth, de cuatro años, que pasaría el día con ella. Si puedo traerla a la presentación, lo haré." Los encargados aceptaron y la mamá preparó un almuerzo para que Elizabeth comiera durante la presentación de su papá. Estando el papá en el estrado, Elizabeth se sentó en primera fila entre un par de doctores y comió su almuerzo. Al finalizar la presentación y dejar el estrado para regresar a su asiento, Elizabeth exclamó con una voz que se escuchó hasta el último asiento del auditorio: "¡Bien hecho, Papá!" Todo el auditorio estalló de risa.

Estoy agradecida por hijos abnegados que bendicen a mis nietos al dedicar tiempo a ser padres.

En 1994, al acercarse mi cumpleaños, dije a cada uno de mis hijos que no quería que me compraran un regalo, sino quería que tomaran el tiempo para escribirme una carta en la que podían decir lo que ellos quisieran. Obviamente esas cartas son inestimables para mí. No me puedo imaginar un regalo comprado que tuviera tanto valor como esas cartas. La mayoría de los comentarios son demasiado sagrados para compartir, pero la de mi hija Suzanne contenía un ejemplo que me gustó en especial. Me dio las gracias por defenderla y apoyarla y después dijo: "Recuerdo un día hace unos años cuando fui al parque a almorzar con un grupo de amigas. Un patito no podía comer el pan que le aventábamos porque una gaviota grande y odiosa bajaba en picada y se lo arrebataba antes de que el patito pudiera atraparlo. De repente, desde unos 50 metros de distancia, la mamá pata bajó corriendo la colina cerca del estanque a una velocidad que excedía los 90 kilómetros por hora. Se lanzó sobre esa gaviota con tal fuerza que ésta salió brincando sobre la superficie del agua como una piedrita y se alejó graznando como un bravucón asustado, perseguido de cerca por la mamá pata enojada. Todas la vitoreamos y alguien gritó: 'Las mujeres somos tremendas.' En muchas ocasiones he sido testigo de tu amor por todos nosotros y he pensado en esa pata. Es admirable."

Lo realmente admirable es que el instinto de madre y de crianza también es parte del plan de nuestro Padre Celestial. Somos bendecidas como mujeres por ser parte integral del diseño familiar de nuestro Padre Celestial. Estoy agradecida por una madre dedicada que tomó el tiempo para defenderme, enseñarme y quererme, y por todas ustedes, madres y mujeres dedicadas, que dedican su tiempo a la crianza de familias, que tanto se necesita.

No hay nada mejor que puedan hacer con su tiempo para las eternidades. Puede ser pegajoso y sucio, pero en esos fríos días de enero, cuando los hijos y otros miembros de la familia muestren el fruto de las labores de ustedes, cuando la madurez de sus enseñanzas y de su amor es dulce, no importa lo pegajoso o sucio que haya sido, estarán contentas de haber envasado esos duraznos, y conocerán la respuesta a la pregunta del élder Maxwell. Porque hermanas, lo que sucede en las cunas y en las cocinas supera con mucho e incluso cambia lo que sucede en los congresos.

Dios nuestro Padre Celestial quiere que ustedes regresen a casa con Él. Quiere que lleven consigo a todos los miembros de su familia, maduros y llenos del conocimiento del evangelio, de buenas obras y de un corazón rebosante de felicidad. Yo sé que les bendecirá si ustedes dedican el tiempo, porque en lo que concierne a las familias, el tiempo es importante.

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